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Rebeca Khamlichi (Madrid, 1987) no es una pintora. Es una forma de pintar.  En su universo conviven a codazos el diseño gráfico y la iconografía religiosa del siglo XVII, los dibujos animados y Michael Haneke, el rosa chicle y las Pinturas Negras de Goya, el Superflat y la copla: algo así como si Doña Concha Piquer se arrancara por haikus.
Tiene un galgo con nombre de persona, una gata con nombre de fruta y una casa con nombre de medio de transporte.
Pinta en Madrid en una terraza con vistas a los tejados del barrio de Lavapiés. Y lo hace, dice, porque- de momento- los acrílicos se dispensan sin receta médica.
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