Color, vitalidad y falsa superficialidad son las principales notas que observamos al acercarnos a la obra de Rebeca Khamlichi. En un principio, estos rasgos podrían hacer pasar su obra por arte pop, pero dentro de su trabajo hay mucho más que una explosión de color y de imágenes.
La obra de Rebeca Khamlichi conecta con el espectador desde un primer momento, atrapándole—bien por su mensaje, bien por su cromatismo—en obras de gran formato realizadas con una gran minuciosidad y precisión. Es el resultado de un trabajo madurado y de gran calidad con un mensaje fresco, directo y engañosamente positivo.
Su obra insinúa movimientos artísticos internacionales: tanto en composiciones más figurativas como en las más abstractas, tiene ecos de diseño gráfico, arte callejero, ilustración y animación oriental. Incluso algunas composiciones recuerdan al ukiyo-e. Es imposible no pensar en el superflat del maestro Takashi Murakami, tanto por las composiciones como por la forma en que plantea una figura central figurativa, rodeada de lisérgicas atmósferas abstractas que terminan por equilibrar extrañamente cada obra.
Con todo, Khamlichi va más allá del superflat, abriendo tras los personajes fondos extremadamente elaborados que llevan la vista más allá del lienzo. Esto es lo que Rebeca Khamlichi nos quiere presentar a todos: una obra que comunica con el espectador, que nos hace ver más allá, que no nos deja en la mera imagen principal.
Estos planteamientos se engloban en la cultura postmoderna. La crítica y las exposiciones de arte internacionales nos hacen comprender que estos trabajos nacen de la deconstrucción de obras precedentes: referencias que llegan de la novela gráfica, la literatura y la televisión, reinterpretadas por la artista. Las ideas nuevas y viejas se yuxtaponen en un cóctel de lenguajes y referencias servido en un solo lienzo.
Khamlichi une todo esto a su personalísimo universo y a un mensaje, en muchas ocasiones, de una ácida y particular crítica social, una muestra más de la actualidad de su trabajo. Y lo hace con una constante voluntad artística de explorar, innovar y renovar.
En estos tiempos avant-garde, en los que las combinaciones de diferentes motivos pueden chirriar al espectador, la obra de Rebeca Khamlichi se presenta como un trabajo meditado, donde se aprecia madurez tanto en la composición como en el cromatismo. Todo ello nace de un estudio previo basado en la observación de todo aquello que la rodea. Khamlichi es una artista cuya creación está en constante comunicación con el espectador, a través de la simplicidad de sus líneas y de la belleza de cada detalle cuidadosamente trabajado.
Sus obras, en fin, rebosan colores vibrantes, personajes de fantasía y paisajes irreales que solo los ojos de ciertos artistas saben captar. Su trabajo nos transporta a otros mundos, los mundos que Rebeca Khamlichi representa en sus obras y que nos alejan de la cotidianidad gris que nos rodea. Y eso, en estos tiempos, es algo que debemos agradecer.
Ernesto de Oliveira
Director y gestor de galerías de arte
International Art Consultant
Rebeca Khamlichi (Madrid, 1987) no es una pintora. Es una forma de pintar. Tiene esa virtud que poseen los artistas especiales, los diferentes. «Tú y yo ya nos conocemos de algo, ¿verdad?» dan ganas de decirle a sus cuadros. Porque sus lienzos son de esos que se recuerdan antes de haberlos visto.
Khamlichi es nieta de Disney. Aunque, si el viejo Walt viera el destino que les da a sus princesas, probablemente se quedaría helado. Más helado. Porque las obras de Khamlichi son películas de Disney dirigidas por Michael Haneke.
Khamlichi es un limón barnizado de caramelo, algodón de feria con tequila, un bombón relleno de wasabi. Un dulce, en fin, que sí amarga. Porque el azúcar optimista de sus colores apenas alcanza a velar el oscuro poso del café amargo de sus historias. Algo así como si nos remitiera en un sobre color pastel de cereza el ántrax mortal de la angustia. Algo así como agotar los pantones en colorear las pinturas negras de Goya.
Dicen que Khamlichi tiene un parentesco lejano con el maestro Takashi Murakami: primos segundos por parte de paleta. Khamlichi es manga y copla: Doña Concha Piquer arrancándose por haikus. Porque a Khamlichi el futuro la ha pillado joven, la posmodernidad se le queda antigua, el mañana es una cosa tan de ayer…
Por eso, con rigurosa impuntualidad, Khamlichi llega un minuto antes de que las cosas importantes ocurran. Lo que en otros artistas sería un defecto—no estar allí cuando pasa lo trascendente—en ella es una inquietante virtud. Con Khamlichi, el mastín de Las Meninas no habría llegado a tumbarse, la Mona Lisa posaría circunspecta y en Gernika-Lumo andarían mirando al cielo en busca de aviones. Porque Khamlichi congela a los personajes antes de que lleguen a hacer lo que esperamos que hagan. Y nos deja con la mezcla de ansiedad y dudas sobre qué terminará ocurriendo:
¿Se arrojará por la ventana la chica que en este momento solo mira a través de ella?
¿Qué pose adoptará la Virgen para que la pinten el resto de los artistas?
¿Qué cara pondrá la princesa cuando la despierten sus queridos fantasmas?
En alguna ocasión la escuché decir que pinta porque los acrílicos se dispensan sin receta médica. Quizá eso explique la obsesiva perfección de su línea clara y de los colores planos que salen del Photoshop artesanal de sus manos. Khamlichi puede invertir una mañana entera perfilando un contorno negro y, por la tarde, taparlo para empezar de nuevo. Y eso que no se habla con doña Perspectiva ni conoce de nada a la señora Composición Tradicional. Con lo que ella no sabe de Historia de la Pintura, se podría suspender a toda una clase de Bellas Artes. Pero es que el talento hace años que hace novillos. Y el suyo es tan incuestionable como atrayente.
Por eso no es muy arriesgado apostar a que Khamlichi es una de esas artistas que tendrá legión de imitadores. Que lo hagan, porque ellos heredarán sus defectos. Nunca sus virtudes.
Probablemente, usted, como yo, sea incapaz de deletrear a la primera correctamente su apellido. Pero, donde veamos una obra suya, sin duda sabremos que es de ella, de la artista del nombre raro, la tal Camlichi o Jamliche o como demonios quiera que se pronuncie esa otra obra de arte que tiene por apellido…
Mario Moros
Periodista cultural en Noticias Cuatro